“UTOPÍA”, la cinta peruana que recrea un acontecimiento real e impactante, dividida en 02 momentos: Una más cercana a la realidad (en torno al día trágico e infernal incendio en la discoteca homónima de Surco en el 2002 donde murieron 29 personas, en su mayoría jóvenes de la clase media alta de Lima) y la otra fundida con la ficción (donde un periodista con problemas de pareja termina uniéndose a un grupo de padres que buscan justicia, reabriendo el caso archivado hasta que los dueños de la discoteca son sentenciados en el 2014, pero actualmente prófugos).
Esta película hecha con buenas intenciones es co-dirigida y co-escrita por Gino Tassara (la cara más visible de este arriesgado proyecto con muchos años de investigación y que originalmente iba a ser un libro). Si el objetivo es/era difundir “el efecto Utopía”; es decir; que gracias a la lucha y búsqueda de justicia de los padres se logró ciertas reformas -leyes y normas- para que hoy los espacios de diversión y otros cuenten con una mayor seguridad frente a los desastres, pues sinceramente lo más efectivo hubiera sido un spot publicitario (realizado con algún Ministerio o un canal de televisión privado) o virar hacia el registro documental, pero no una película.
Y digo esto porque ese propósito aleccionador se va diluyendo conforme nos sumergimos en la historia con grandes baches en el guion y en la irregular dirección de actores, incluyendo las malas decisiones que se toman desde la fotografía hasta el montaje, entre otros aspectos técnicos. Pero, vamos, démosle un orden y un sentido más cohesionado (y más simpático al filme): Julián (Renzo Schuller) es un periodista de televisión que suele cubrir generalmente notas triviales y ligeras (como la insólita transmisión en vivo en el que entrevista a una mujer que rescató un cerdito bebé del huayco y debe darle de lactar, -sin duda- es la escena más espontánea, divertida y natural de toda la película, protagonizada por la efectiva actriz Sylvia Majo).
Más exagerado y extremo no podría ser, Julián no tiene tiempo para nada, menos para su bella, rubia y egocéntrica enamorada llamada Elizabeth ((Rossana Fernández-Maldonado), a tal punto que ella lo abandona y se va del departamento, “harta de estar con un mediocre que no escala en la vida”. Y así con un par de escenas (una simpática y otra melodramática) se pinta a estos dos personajes de la trama principal. A partir de ahí, surge nuestro “héroe”, pues debe buscar una nota periodística súper importante (y por qué no, arriesgada) para que “la princesa histérica” vuelva.
En el trayecto se topa con los padres de los jóvenes fallecidos en la discoteca “Utopía” que buscan justicia, Julián oye los testimonios, se conmueve y decide investigar el caso que esta archivado. Decide comunicarle a su jefa periodística, pero está se niega al principio, al final acepta siempre en cuando la nota tenga “carnecitas”, es decir nuevos datos para el morboso público que alimenta el rating del noticiero. Con una misión entre manos, nuestro protagonista -¡oh, qué casualidad!- conoce a Víctor (Carlos Solano), un trabajador que sobrevivió en el incendio y sabe mucho de lo que ocurrió, y ayuda en la investigación proporcionándole información inédita.
Pero como en toda mega clásica y trilllada historia de pesquisa tradicional ultra básica los “malos muy malos” no deben faltar, “especialmente aquellos oponentes torpes que lo ven todo y están donde menos lo imaginas, pero nunca sabes por qué no matan o desaparecen de una buena vez a ciertos ayudantes o al mismo protagonista”, y esta cinta de precaria estructura narrativa convencional no es la excepción, ya que de algún modo se debe generar/agregar una dosis de suspenso y un poco de acción, donde no la hay ni funciona debidamente. Acechado y perseguido, Julián sigue derecho hacia su objetivo cruzándose en su camino con otros personajes planos, episódicos y de puntuales diálogos.
Un abogado le informa que el caso no avanza porque hay “entes” hasta de las más altas esferas sociales y políticas que lo impiden. Los malos le mandan una señal para que se detenga porque hasta su “princesa” corre peligro. Julián desiste del caso, pero los padres de los fallecidos –presentes en la escena, pero “invisibles” como si fuera un coro griego– tratan de reanimarlo. Parecen perder la batalla, pero los dioses no los abandonará. Hay un milagro: una joven sobreviviente del incendio ha guardado por años un secreto, un material pequeñito, como el elíxir que da aliento de vida, y ¡zas la historia dará un giro dizque inesperado! Ahora el héroe-periodista podrá triunfar, recuperar su honor perdido, y quién sabe también a la “princesa unidimensional”. ¿Será posible eso, el de abrazar la felicidad y la paz en un lugar donde hasta en el aire está corrupto? Y en los minutos siguientes se dan otros giros, apelando más a la sorpresa e intentando conmover con algunos registros audiovisuales reales (documentados en la época).
De ritmo súper acelerado y un montaje desarticulado, la historia lineal que les he contado de nuestro periodista-héroe está fragmentada, pues en ella se inserta acontecimientos del pasado mediante los flashback y micro-escenas-familiares-en casa, unas tras otras, por los recuerdos y testimonios de los padres que atesoran una versión idílica de sus retoños: unos chicos y chicas con muchos sueños y un gran futuro por delante. En este espacio narrativo, no interesa conocer los pensamientos o la personalidad a fondo de algunos jóvenes y la de sus padres, puesto que sólo desfilan por esta subtrama -que más funciona como relleno y gancho para la audiencia un tanto perversa (de hecho, todo el mundo quiere ver el acontecimiento principal, es la razón por la que uno está sentado frente a la pantalla grande: ver el incendio y el horror con lujos y detalles; pero eso no ocurre como uno quisiera, solo es una dramatización sin mucho impacto).
Surge entonces un par de interrogantes: ¿O los directores se distancian al no querer dar lo que los espectadores quieren ver por respeto al dolor y al sufrimiento de los padres reales (ya que también estuvieron involucrados desde el inicio de la producción de la película)? ¿O porque no hay el suficiente riesgo y la acertada creatividad para reconstruir una tragedia de tal magnitud con cientos de extras y figurantes? Inclinándonos por la primera, se deduce que el producto final es una “película homenaje”; directa, clara y sentida hacia los padres y a sus fallecidos; razón por la cual en la historia no se toma grandes licencias narrativas, obviando incluso las construcciones más verosímiles o más sólidas de todos los personajes. Incluso, se descarta el desarrollo de un gran personaje que pudo tener mayor presencia en la cinta como lo es el abogado Luis Delgado Aparicio (Carlos Mesta), popularmente conocido como “Saravá” (y cuya hija Verónica –en la cinta interpretada por la actriz Ingrid Altamirano– fue una de las 29 víctimas).
CONCLUSIÓN:
Tras una mañana y una tarde hermosa, dignas para un portarretrato, los jóvenes llegan en mancha por la noche a la discoteca súper exclusiva. Todos van al evento “chic” del año, donde habrá un espectáculo con animales y fuego: una “fiesta zoo”. Son decenas (en el encuadre), cientos (en el rodaje), miles (en el reporte real): los vemos entrar, bailar, hablar, reír, saltar… y de pronto el fuego, y luego solo vemos una masa juvenil, apretujándose, gritando en medio del humo, la asfixia y corriendo de un lado a otro, algunos están atrapados en espacios sin salida, otros tratan de ayudar,… Son chicos, a los que la gente llama “pituquitos”; mientras que los Otros, los de piel oscura o los llamados “marrones” no pueden entrar, o son vigilantes o están limpiando en los baños de “Utopía”. Es la estampa de nuestra realidad: racista y marcadamente dividida, donde la clase media alta se divierte, mientras que clase media baja labora a toda hora, aunque esa noche serán testigos de que los “ricos” también sufren las peores tragedias del mundo: producto de la inseguridad, la negligencia de un barman y unos dueños blindados por el poder del dinero y la corrupción (que es como una sombra que cubre todo el Perú desde hace décadas).