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El Lado Oscuro y Secreto de Abraham Valdelomar
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En la corta existencia del poeta y escritor peruano Abraham Valdelomar aparece un joven llamado Artemio Pacheco.
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Se sabe poco, pero ese poco lo sabemos gracias al historiador Luis Alberto Sanchez que ha investigado la influencia de El Conde de Lemos y su Revista Colónida en la sociedad limeña de las primeras décadas del siglo XX.
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Se sabe poco, pero ese poco lo sabemos gracias al historiador Luis Alberto Sanchez que ha investigado la influencia de El Conde de Lemos y su Revista Colónida en la sociedad limeña de las primeras décadas del siglo XX.
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En el libro "Valdelomar o la Belle Epoque" se describe al tal Artemio Pacheco, más o menos, así "Artemio era una especie de secretario que Valdelomar había llevado consigo a su lado durante muchos años, era un muchacho con habilidades de negociante,... De ojos azules y fríos como la hoja de espada, de mentón afilado y rizos castaños, sonrisa de ángel, delgado como un pez, sutil como un chino,... Llevaba (como Valdelomar) un ópalo en el índice diestro y también consumía opio. Era irreverente y desprejuiciado. Hijo de una conocida familia capitalina..."
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Este "cirineo adolescente", como lo llama Luis Alberto Sánchez, habría sido además objeto de una pasión no confesada al público de entonces porque para la bella época sería un escándalo. Pese a todo, ha llegado a nosotros ese sentimiento inconfesable a través de unos versos dedicados al joven Artemio y que develan una parte poco conocida de la personalidad del autor de "El caballero Carmelo" y otros cuentos.
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"Su carne joven tiene un alma llena de caricias", escribe Valdelomar en un poema, entregado a su amigo Aurelio G., al que en actitud de confidencia dice: "Para ti Aurelio, que sabes, comprendes y perdonas". Y en otro poema, recogido por Sánchez, fechado en julio de 1918 y que, juzgue el lector, deja en claro lo que estamos hablando.
Confesiones Privadas del Conde de Lemos
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Gracias señor por la blandura de su lengua
afelpada y extensa, gracias por la divina sal
del licor que mana en las vertientes de su boca,
gracias por la agilidad
lingual de sus caricias alocadas y ardientes
Señor, ¿a quién has podido darle tanta felicidad?
Te pido que, sobre la tierra
nunca se aparte de mi su cuerpo angelical,
que sus labios no besen jamás otros labios,
que sus ojos no mires otros ojos jamás,
que su lengua no toque otra lengua,
que no acaricie nadie la curva divina de su maxilar;
Que en el nido calientito y sudoroso
de sus corvas no caiga el beso de otro mortal,
que en la comba dura y pulida de sus muslos,
no duerma otro carillo,
que en la oval y fina orejita sensible
ninguna lengua forastera vaya a tocar
que nadie aspire el olor de su cuerpo,
que ninguna diestra se amolde a su frontal
cuando durmiendo su cabecita inocente,
reposa
abandonada
El infierno me aguarda con sus piras ardientes,
¡Tanto ha pecado mi carne mortal!,
y su alma irá al cielo
porque en la tierra fue solo un instante celestial.
afelpada y extensa, gracias por la divina sal
del licor que mana en las vertientes de su boca,
gracias por la agilidad
lingual de sus caricias alocadas y ardientes
Señor, ¿a quién has podido darle tanta felicidad?
Te pido que, sobre la tierra
nunca se aparte de mi su cuerpo angelical,
que sus labios no besen jamás otros labios,
que sus ojos no mires otros ojos jamás,
que su lengua no toque otra lengua,
que no acaricie nadie la curva divina de su maxilar;
Que en el nido calientito y sudoroso
de sus corvas no caiga el beso de otro mortal,
que en la comba dura y pulida de sus muslos,
no duerma otro carillo,
que en la oval y fina orejita sensible
ninguna lengua forastera vaya a tocar
que nadie aspire el olor de su cuerpo,
que ninguna diestra se amolde a su frontal
cuando durmiendo su cabecita inocente,
reposa
abandonada
El infierno me aguarda con sus piras ardientes,
¡Tanto ha pecado mi carne mortal!,
y su alma irá al cielo
porque en la tierra fue solo un instante celestial.
Más allá del hombre o la mujer, la belleza.
¿Cuál es la verdad acerca de la sexualidad de Valdelomar? Aunque para muchos esta es una pregunta necia, lo cierto es que el poco interés o demasiado recato de los biógrafos sobre este punto ha creado un vacío que seria lícito indagar.
Valdelomar apreciaba la belleza sobre todas las cosas, conocida es su frase en la que abomina "los hombres gordos que manchan el paisaje", y ello se tradujo no solo en muchos versos, sino también en el estilo de vida que adoptó.
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Pedro Abraham Valdelomar Pinto era un hombre alto, de tez aceitunada y voz suave como de mujer. Nació el 27 de abril de 1888 y creció en una aldea lejana cerca de Pisco (Ica), rodeado de un ambiente bucólico y de penurias económicas. Llegado a Lima se halló en medio de una desgastada clase aristocrática que daba paso a un nuevo tipo de limeño: el dandy criollo.
¿Un dandy criollo? Un Intelectual más de cafetín que de universidad, aficionado a la ostentación y a todo tipo de novedosas diversiones como fumar opio, inyectarse morfina, aspirar éter, etc. El dandy criollo tenía más de huachafo que de caballero, más de panfletario que de político y más de pintoresco que de marginal. Los exagerados movimientos corporales, los gestos teatrales o ambiguos y ese "indignar al burgués" era el sello personal de Valdelomar.
Pero de esa actitud auto-impuesta a revelar los verdaderos sentimientos que albergaba el autor de "Belmonte, el trágico" había una zanja enorme. En el tercer numero de la Revista Colónida se proclama "el derecho al placer y la libertad de matarse". Artemio Pacheco era la prueba de que Valdelomar practicaba lo que proclamaba. Pacheco acompañó al poeta en su fatídico viaje a Ayacucho, y fue el encargado de cuidar la maleta del escritor. Esta solía contener, entre otras cosas para conocer la felicidad y el placer: jeringas, tubos de morfina, cocaína, éter, etc.
Instalados en la ciudad de Ayacucho (Huamanga) y estando reunidos en un hermosa casa colonial con las autoridades e intelectuales limeños y ayacuchanos, Valdelomar se excusó un momento a causa de una "apremiante necesidad" y se dirigió al segundo piso del recinto. Artemio lo esperaba con la ansiada jeringa cuando, a causa de la oscuridad reinante y la poca seguridad de la rudimentaria escalera, nuestro genial escritor de cuentos memorables cayó en un montículo de piedras (su adversarios dijeron que cayó en excrementos, que se lo merecía, lo cual no es cierto). Se fracturó la columna y murió pocas horas después (a los 31 años, 3/Nov./1919), producto del penoso accidente y de la falta de una buena atención médica.
De Artemio Pacheco, ni rastro. No se le mencionó entre los que estuvieron con Valdelomar en el momento de su muerte. Lo más probable es que haya sufrido su propio martirio, ya que se alejó de los amigos del escritor para siempre.