martes, 30 de junio de 2009

Todo Ayacucho

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Ayacucho, fundada como San Juan de la Frontera de Huamanga y conocida también como Huamanga, es una ciudad del Perú, capital del Departamento de Ayacucho, situada en la vertiente oriental de la Cordillera de los Andes, a una altitud de 2.746 msnm. Se caracteriza por tener un clima agradable, templado y seco, con una temperatura promedio de 17.5 °C.
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Ayacucho es conocida como «La Ciudad de las 33 Iglesias», ya que posee más de treinta iglesias y templos coloniales; se dice incluso que existe prácticamente un templo en cada esquina de estilo renacentista, barroco y mestizo, con fachadas de piedra e interiores tallados en madera y cubiertos con láminas de metales preciosos. Además, se pueden apreciar majestuosas casonas coloniales, restos arqueológicos que revelan un pasado histórico, que la hacen de por sí una ciudad atractiva. Una buena oportunidad para visitar esta ciudad colonial es durante la Semana Santa, la más emotiva y espectacular del país.
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Asimismo, se le da el título de «Muy Noble y Leal Ciudad» por su contribución a la causa de la corona española durante el periodo de las guerras civiles entre los conquistadores.
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Ayacucho, tierra de grandes artesanos, tiene fama internacional por sus manifestaciones artísticas, motivo por el cual ofrece a sus visitantes impresionantes piezas como los cotizados retablos ayacuchanos, que son pequeños altares portátiles en los que se representan escenas de los Andes; las tablas de Sarhua, en las que se plasma el árbol genealógico de una familia; y las tallas en alabastro, material también conocido en la zona como "Piedra de Huamanga".

domingo, 28 de junio de 2009

TRADICIONES AYACUCHANAS

Obra imprescindible de Juan de Mata Peralta Ramirez

Huamanga ha sido siempre una ciudad de calles tranquilas. Y bajo su intenso cielo azul, la vida transcurrida durante siglos ha dejado tras de sí el recuerdo de sucesos que marcaron la memoria colectiva: La memoria de nuestro pueblo. Una memoria eminentemente oral, y que al transmitirse de boca en boca, muchas veces se deforma y otras veces se pierde. Muchos de esos sucesos encontraron cabida en las "Tradiciones de Huamanga", y fueron preservados para el conocimiento de las nuevas generaciones de huamanguinos, salvándose de un destino incierto.

En las "Tradiciones de Huamanga" abundan los nombres antiguos de las calles, así como los nombres de familias ya extinguidas. Huamanga fue, no hay que olvidarlo nunca, el segundo centro de la nobleza española en tiempos de la colonia, solamente superada por Lima. Por la Plaza Sucre, por los hoy jirones Asamblea, 28 de julio, 9 de Diciembre, Centenario, San Martín, Bellido, y por los barrios de La Alameda, San Sebastián, San Juan Bautista, Carmen Alto, Andamarca, El Arco, miles de huamanguinos caminaron con sus alegrías y con sus pesares, dejando sus huellas.

Los poderosos y los humildes de aquellos tiempos. Hoy, todos ellos están juntos en las tradiciones de Juan de Mata Peralta Ramírez. Sus primeras tradiciones las publicó en 1964, y las últimas en 1982. César Vallejo decía con mucha razón que "el arte viene del pueblo y va hacia el pueblo". Y eso es lo que Juan de Mata Peralta Ramírez* hizo durante largos años. Prácticamente en todo lo que duró su vida, pues esta labor se convirtió en su sueño y en su anhelo. Recogió las historias, las narraciones, y los hechos de boca de la población huamanguina, de los antiguos como se decía, y posteriormente los retornó a la misma población pero ya en forma de tradiciones. Y en su voz, de una u otra forma, se expresó la voz de todos. Las sentidas palabras de Antonio Sulca Effio, Luis Ledesma Estrada y Neptalí Bartolo Santiago, entre muchos otros distinguidos intelectuales más, así lo reconocen. Al hacer eso, le dio un profundo sentido social a su obra, conviniéndose en un auténtico trabajador de la cultura, de nuestra cultura.

Siempre continuó escribiendo. En 1990, en una entrevista periodística a "El Heraldo", confirmó que tenía muy avanzada la redacción de una novela sobre Ventura Ccalamaqui; una de las heroínas huamanguinas de la época de las luchas por la independencia. Un trabajo que aun permanece inédito.

Fue una persona muy estimada y querida, por su cálida sencillez. Con su andar calmo, con eI saludar atento, y con su personalidad agradable, siempre se le vio yendo y viniendo al colegio San Juan Bosco y a la Cooperativa San Cristóbal de Huamanga, lugares donde trabajó. Nunca se dio aires de gran señor o autor, nunca se le vio fomentando altercados, y por el contrario, siempre se le vio como a alguien a quién poder acudir en busca de consejo o de ayuda espiritual. Don Juanito, como lo llamaban respetuosamente.

En estas tradiciones vive la inmortal Huamanga, tan cantada por los músicos, los poetas y los escritores. Y tan querida por todos los que vivieron en ella. Porque Huamanga siempre ha sido un nombre que despierta ecos en todos los peruanos. Y es aquí, en esta su tierra, donde hoy vive Juan de Mata Peralta Ramírez, en el corazón y en el recuerdo de todos los que lo conocieron. En especial, en el amor y en el cariño de su familia.

Mg. Manuel Jesús Granados
(Antropólogo)

* Juan de Mata Peralta Ramírez: Insigne recopilador de tradiciones huamanguinas. Nació en la ciudad de Ayacucho el 8 de febrero de 1916. Sus estudios primarios y secundarios lo realizó en la ciudad de Huamanga y los estudios superiores en la Universidad "San Antonio de Abad" del Cuzco. Al retornar, se desempeñó como docente, regidor de la provincia y presidente de la Asociación de Escritores de Ayacucho (AEDA). Falleció un 23 de noviembre de 1997.

sábado, 20 de junio de 2009

ADIOS, AYACUCHO: Una novela de Julio Ortega


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Una de las facetas del crítico literario Julio Ortega es la creación de universos ficcionales.

Hace veintitres años que se publicó la primera edición de su novela breve Adiós, Ayacucho (1986). Aunque pocos hayan sido quienes le prestaron atención en el momento de su aparición, en la actualidad existe consenso respecto a su doble relevancia narrativa: es uno de los primeros textos narrativos que representó los acontecimientos iniciales del despliegue de la violencia terrorista que marcó al Perú de los años ochenta; y es la que anuncia el derrotero de lo que será más adelante la denominada «narrativa de la violencia terrorista» o la «narrativa peruana del conflicto armado».
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A continuación un diálogo con el autor sobre algunos aspectos de la novela.
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El título de la novela Adiós, Ayacucho remite a diversos referentes, entre ellos, a las letras de un huayno que más o menos dice: «Adiós pueblo de Ayacucho/perlaschallay, ciertas malas voluntades/ perlaschallay, hacen que yo me retire»; pero también a hechos dramáticamente históricos que han marcado el Perú contemporáneo: el asesinato de los periodistas en Uchuraccay y las miles de vidas que cobró la hecatombe terrorista. Es decir, el espesor semántico de Ayacucho —«rincón de muertos»— conduce a preguntarle ¿Cómo nace la historia de Adiós, Ayacucho?, ¿por qué el título de la novela?

Julio Ortega: Un día de 1984, en Austin, Texas, donde fui profesor seis años, estaba yo leyendo el último número de la revista Quehacer cuando la fotografía de un dirigente campesino asesinado por la policía me sobrecogió. Era una foto de un cadáver quemado que un grupo de campesinos rodeaba. Ese cuerpo había sido reducido a su mínima forma humana por la violencia represiva. Me conmovió tanto que de inmediato empecé a escribir un relato en el que le devolvía la voz a un peruano a quien le habían quitado la palabra. Se me impuso un relato sarcástico sobre los poderes que dan cuenta de la vida en el Perú, quizá porque sólo el absurdo podía representar tanta violencia. El título surgió pronto, por referencia a la conocida canción que Ud. cita. Me parece que las canciones de despedida, en el Perú, son más características que las del retorno. Hay una que Arguedas cita en Los ríos profundos, que es un modelo de estos adioses sin retorno.

En la novela se despliega una serie de coordenadas históricas y culturales que la modelan como una especie de archivo inicial de lo que será -años más tarde- la narrativa que relata los acontecimientos de la violencia terrorista. ¿Cuando escribió Adiós, Ayacucho qué lo apremiaba?, ¿algún compromiso con la realidad?

Julio Ortega: Fue, más bien, un compromiso con la palabra. La violencia creciente, endémica, e impune que hemos vivido los peruanos pone todo en entredicho. Primero, nuestras representaciones de la realidad, porque la violencia produce un desasosiego profundo. Y, por ello, nuestro mismo uso del lenguaje entra en crisis. Luego, hay una indignación, la necesidad imperiosa de decir algo en contra. Y a esa urgencia ética sigue la convicción de que la violencia trastoca el orden natural y revela el absurdo del orden interno, del poder y de la discriminación. Todo lo cual sostiene la dimensión política de ese relato.

El protagonista de la historia es Alfonso Cánepa, personaje que realiza un viaje desde su pueblo natal Quinua hasta la ciudad de Lima, para exigirle al presiente Belaunde que le regrese los huesos del brazo y la pierna. Es decir, la historia presenta a un personaje víctima de la guerra interna —a él lo confunden con terrorista, cuando en realidad es dirigente campesino. Su cuerpo mutilado no sólo es signo que define la identidad de quienes fueron víctimas reales de la política contra-subversiva que asumió el estado; la peripecia que le acontece revela sobre todo el objetivo de su viaje: encontrar en el presidente, el reconocimiento oficial de ser víctima de la violencia del estado. Sin embargo, aquel cuerpo salvajemente torturado y mutilado, en lugar de ser significante de una tragedia histórica, se modela como la carnavalización de un drama. Pienso aquello sobre todo porque el cuerpo fragmentado de Alfonso Cánepa motiva burlas e incluso interés económico para venderlo como atracción antropológica. ¿Es Alfonso el personaje que carnavaliza los inicios de la historia de la violencia terrorista?

Julio Ortega: En verdad, Guamán Poma de Ayala fue el primero en observar que la violencia no sólo produce dolor sino también grotesco y absurdidad. Por eso dice en su Nueva Corónica… que había tanto dolor que era cosa de reír. Más que una carnavalización, en el sentido de Bajtín, sospecho que se trata del grotesco en el sentido de la Danza de la muerte. Tal vez sea ello un estilo de representación más cercano a la cultura popular mexicana, que al final está detrás de Pedro Páramo. Por otro lado, yo creo que el viaje de un muerto que en la novela está vivo, es de por si ya una licencia de la representación, o sea un extremos del realismo grotesco. Una alegoría, diríamos, sobre cómo leer y presentar la violencia. Por eso, aunque Cánepa agoniza en la tragedia absurda de la violencia, es de una extrema racionalidad, y hace de su muerte una forma de la conciencia viva, digamos.
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Alfonso Cánepa conoce a diversos personajes en su peregrinaje a Lima. Uno de ellos es Álex, estudiante limeño de antropología. De la conversación que tienen, puede advertirse que —desde su posición de líder campesino— Cánepa, cuestiona la explicación y el rol antropológico en el caso Uchuraccay; además asemeja el comportamiento del cura Valverde en el des-encuentro de Cajamarca, con el proceder casi malintencionado de un antropólogo. Aquel modo de comprender la figura del antropólogo ¿qué sentido encierra o qué sentido abre?

Julio Ortega: La tesis de la novela es que las ciencias sociales (y en general el Perú letrado) no han podido explicar, y mucho menos comprender, la complejidad viva del país, de sus poblaciones y naciones. Y que, en definitiva, las disciplinas académicas han sido parte del Perú oficial, dominante y excluyente. Quizá esa hipótesis se explica porque la violencia de esos años —que sería mucho mayor después— pone en crisis los discursos formales, y demuestra su insuficiencia. Un poco en el sentido en que Arguedas escribió su Llamado a unos doctores.
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Al final de la historia, Cánepa, no logra que le regresen las partes mutiladas, por el contrario profana la tumba de Pizarro y siente que ha encontrado los huesos que le faltaba. Este desenlace ¿anuncia triste y definitivamente que todas aquellas víctimas que exijan el reconocimiento o la reparación de su integridad no serán escuchadas por el estado?, ¿sugiere que las víctimas se perderán en el anonimato?

Julio Ortega:Tal vez sugiere que en la cultura popular, y tal vez en cualquier visión mítica de redención, las cosas son equivalentes. No dependen de sí mismas sino de su función. Cánepa parece comprender que al final no son «sus huesos» lo que busca, sino los huesos de alguien que equivalga a los suyos. Este final se me ocurrió antes de acabar la novela, casi como un acto de ocupación del país oficial. No necesariamente de una nueva fundación de Lima por un héroe popular, víctima de la represión, sino por un acto paródico, irónico, de sustitución. Por lo demás, el estado no escucha a las víctimas, como vemos por la recepción del Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Por eso, jurídicamente, sólo se puede ser minimalista: allí donde se puede documentar la violencia, es preciso procesar el crimen.
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OJO: La nouvelle ha sido llevada al teatro por el grupo Yuyachkani (Temporada - junio,2009). Además, la obra ha recorrido el mundo y ha sido traducida al quechua y al inglés.
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domingo, 14 de junio de 2009

De "La Boca del Lobo", sabías que...

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Fue la sexta película del cineasta peruano, Francisco J. Lombardi, y que este decidió hacer la película con el propósito de mostrar al público lo que realmente sucedía al interior del país durante la década de 1980, especificamente en el lugar más turbulento: Ayacucho
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Como ha señalado en entrevistas, Lombardi tenía la sensación de que en la mayoría de ciudades del Perú se vivía en total ignorancia respecto de la guerra sucia que se desató y que, por el contrario, la gente reclamaba firmeza frente a los senderistas, aunque esto significara que se podía atentar contra los derechos humanos.
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En 1985 se empezaron a planear los primeros proyectos para la realización del filme. En un principio, se buscaba recrear el conflicto interno desde historias ficticias. Sin embargo, el director y los guionistas, Giovanna Pollarolo y Augusto Cabada, acordaron que debían tomar como punto de partida la matanza ocurrida en Socos, un distrito ubicado a 18 kilómetros de la ciudad de Ayacucho. En dicha comunidad once miembros de la Guardia Civil destacados en el puesto policial del lugar ejecutaron arbitrariamente a treinta y dos campesinos, entre hombres y mujeres.
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Dadas las circunstancias en las que se encontraba el país a mediados de la década de 1980, la película no podía filmarse en las zonas de emergencia y debía mantenerse en secreto para evitar censura de parte del Estado o las Fuerzas Armadas. En 1987 los guionistas viajaron a Ayacucho para realizar una investigación de campo sobre la ideología y el accionar de Sendero Luminoso. Finalmente, la filmación se realizó en el poblado de Estique, en la sierra de Tacna, y duró ocho semanas, durante 1987 y 1988. El lugar fue escogido porque la guerra interna no se desarrollaba en esta zona. Durante la filmación, no se contó el argumento de la película a los pobladores que actuaron de extras para mantener el secreto. Además, la producción recibió apoyo de la Fuerza Aérea y el Ejército sin que ellos sospecharan de lo que se trataba.
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Cuando la película terminó de ser filmada, fue enviada a la Comisión de Promoción Cinematográfica (Coproci). El filme no recibió el certificado de exhibición de inmediato, pues fue enviado primero a Palacio de Gobierno y al Ministerio de Defensa.
Luego de una semana, Lombardi fue llamado a una reunión en el Ministerio de Defensa, donde se le solicitó que se postergara su estreno. El argumento de los militares era que la película promovía la subversión, sin embargo, eso no significó que fuera censurada. Esta se estrenó el 1ro de diciembre de 1988.
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¿Logró nuestro querido "Pancho" Lombardi mostrarnos la realidad?
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lunes, 1 de junio de 2009

El VRAE (valle de los ríos Apurimac y Ene)

Ubicada al Nor-Oeste del Cusco y Norte de Ayacucho (Selva), el VRAE es una zona que está casi fuera de control del Estado. Los cultivos de coca ilegal -el cien por ciento va al narcotráfico- han crecido el último año a 15,530 hectáreas que, gracias a la tecnología diseminada por los narcotraficantes, proporcionan la mitad o más de las 106,000 toneladas de coca que se producen en el Perú. En el VRAE no se erradica porque los cocaleros son fuertes y tienen el respaldo de muchas almas ingenuas que dicen que la pobreza explica los sembríos ilegales. Narcotraficantes mexicanos y colombianos recorren la zona acopiando droga con toda impunidad. (Fernando Rospigliosi)
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El VRAE es, literalmente, una tierra de nadie. Hasta los cuatro gatos mercenarios que ahora conforman Sendero Luminoso se pasean por allí.
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La mayoría de medios destacó la medida tomada por el Gobierno de enviar más de 1500 militares para “restablecer el orden y la seguridad” en la zona. Pero, al parecer, detrás de ese envío hay una operación integral (Plan VRAE) que va más allá de la militarización. Esperemos que sea así.

Entrevista al especialista en terrorismo y variaciones, Carlos Tapia, quien consideró atinada la decisión del primer ministro, Yehude Simon, de incoporar a Huancavelica y Apurímac al plan VRAE.
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